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sábado, 27 de abril de 2013

Reencuentro


REENCUENTRO

¡Cuántas veces te he añorado! ¡Cuántas he vuelto a pensar en ti! Muchas decidí buscarte, y otras tantas abandoné la idea antes de comenzar. Me atraes en
la lejanía, pero en cuanto me aproximo a esa zona de la ciudad donde creo que estás, me doy la vuelta y regreso a mis lugares cotidianos. Has vivido tanto
en mi fantasía, que me resulta imposible verte en otra realidad.

Te descubrí un lejano día de la primavera que caminaba rauda hacia el verano. Acababa de sufrir una decepción, mi espíritu adolescente sólo podía afrontarla
con una sensación de dejarme estar, de sentirme derrotada y de interpretar todo como algo sin importancia, en la que yo, por supuesto, carecía totalmente
de valor.

Llegaste como una brisa fresca. Eras espontánea, alegre y vivaracha. Buscabas tu identidad, de una forma natural, simplemente dejándote ser. Buscabas otras
vivencias. Te gustaba contar, compartir, todo era digno de ser relatado, confiabas en lo que hacías, aunque esperabas también con entusiasmo la respuesta de los demás. Cuando estaba contigo, todo era fácil, sencillo, conversábamos, y una sensación de claridad, de exactitud, de comunicar me iba invadiendo: era La alegría de compartir. Nuestra unión era lo importante. Yo contigo, tú conmigo y lo que entre las dos hacíamos, producíamos.

Llegó el momento fatídico. Me volví mayor, seria, las responsabilidades me abrumaron, conocí otras personas, otras realidades que me parecían inalcanzables,
y a las que me empeñé en dedicar todos mis esfuerzos. Tú pasaste al segundo plano, fue entonces cuando te empecé a ver demasiado simple, demasiado llana,
sin importancia, vulgar y preferí olvidarte, para que no te viesen, para no avergonzarme de mi poco valor a través de ti. La ruptura fue tan abrupta, que
a veces pienso si fue esa la razón que me dejó esta gran nostalgia.

Pasados unos años, encontré un baúl en el desván de mi casa, donde está todo revuelto, lo acumulado en el transcurso de años y años, objetos diversos, simples
fragmentos de artilugios, papeles arrugados, otros emborronados, fotografías antiguas y elementos que me traen recuerdos indefinidos. De pronto una necesidad
de ordenar, de componer mi pasado me invadió. Tu imagen saltó a mi mente, y desde entonces no la he podido borrar. Tú eras la única que podías poner orden
en aquel caos.

Y empecé a buscarte con desesperación. Rastreé todos los arrabales de la ciudad, impulsada por mi fantasía, por la alegría de dejarme ir, de dar rienda
suelta, de hacer fructífera mi soledad, mi tristeza y mi desesperación. De repente era una urgencia, una forma de convertir en bello mis obsesiones. Bifurcar
opciones, abrir caminos no explorados. Recorrí largas y tortuosas calles, subí empinadas y eternas escaleras, bajé a sórdidos y malolientes sótanos.

Te había soñado tanto, que había construido toda una imagen para ti. Eras hermosa  y madura, yo te podría exhibir como un trofeo, un ser envidiable, al
que todos admirasen. En varias ocasiones te vislumbré en la lejanía, mezclada con los demás, pero tan distinta a lo que había inventado para ti, que preferí
creerte un espejismo, una ilusión de mi deseo y salir huyendo de allí, ante la dificultad de moldearte según mi ideal. La incongruencia seguía bullendo
en mi interior, el deseo de reencontrarte y a la vez esta dificultad de acercarme, de fundirme contigo, de dejar parte de mí en ti. De poderme retratar
a tu través, para que se me vea, para que se me conozca. Y sobre todo para verme, para conocerme yo.

Esta tarde sentí la necesidad de airearme. Bajé a la calle y un sol otoñal me recibió, proporcionándome una sensación de tranquilidad, de serenidad. Mis
pasos me llevaron a un parque cercano, tan cercano y a la vez tan ignorado por mí. Y nada más atravesar la verja te vi, sola, sentada en aquel banco, como
esperándome. Me acerqué, como si fuera lo único que podía hacer. Sí, esta tarde empecé a escribir.

Septiembre de 2005

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