También me puedes encontrar en:

martes, 4 de junio de 2013

Natalia, por Encarna Morín

Hace unos meses llegó a mis manos este testo, fundamentalmente me impresionó el personaje de Natalia. Después conocí a su autora. Este fin de semana viajé a la isla de la Palma y estuve en el mismo municipio donde hace unos años transcurrió la vida de esta mujer excepcional, por eso y porque estuve con alguien también especial que la conoció, he vuelto a leerlo y me ha apetecido recogerlo en este mi espacio. Gracias Encarna, por permitirme darlo a conocer.





 

Porque veo al final de mi rudo camino

que  yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje la mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales coseché siempre rosas. (Amado Nervo)

Por Encarna Morín

Nunca se hacía preguntas. El tiempo no le alcanzaba para tanto. Iba acechando la vida, tal y como ésta se presentaba, sin preocuparse de nada trascendental. Era una mula de carga, pero eso tampoco le importaba. Su preocupación inmediata consistía en sobrevivir cada día y tener trabajo al día siguiente. Lo demás, ni era relevante, ni le iba a resolver nada.

Llevaba una vida de subsistencia y en ella la pobreza más absoluta no dejaba espacio para las emociones. Al atardecer subía barranco arriba hasta su cueva. Milusa y sus cachorros la esperaban siempre en el mismo sitio para darle escolta. A sus gatos solos les faltaba hablar. Cuando partía almendras con una piedra ellos la rondaban, mimosos, esperando que les cayera alguna.

Allí, donde los gatos comían almendras -y lo que fuera- ella tenía su hogar. Una cueva puede ser un hogar si en ella habita gente que le da vida. Una mansión, por el contrario, 

puede ser solo un símbolo de ostentación y, a veces, un mausoleo lleno de reliquias.

Por fuera de la cueva había un fogón, todo lleno de tizne. Junto al mismo estaban apiladas unas ramas secas que ella usaba para cocinar y dos o tres cacharros colgados a los lados, también negritos. En dos piedras a modo de banco se sentaba cada tarde al llegar a casa. Desde allí divisaba el mar, a lo lejos. Distante y misterioso, al final del inmenso barranco, estaba el Atlántico. Golpeaba con fuerza contra el acantilado y hasta ahí llegaba el rumor de las olas confundido a veces con el sonido del viento entre los pinos.

Había pocas cosas en su casa: una lata grande llena de gofio, otra con azúcar, un cañizo con algunos quesos y poco más. No conocía otra vida. Trabajaba de sol a sol. Pensaba constantemente en sus hijos. Por suerte, entonces nadie reparaba en limpiar su conciencia enviando niños a un centro de acogida, así que no intentaron rescatarles de su pobreza emprendiendo una cruzada con ellos. Aunque alguna vez le habían hablado de adopción. Quien osó hablarle de ese asunto solo pudo hacerlo una vez. Ella no transigía en este tema. Sus hijos eran sus hijos y no iba a separarse de ellos nunca, jamás. Ahí perdía su parsimonia habitual y se transformaba en una loba.

La vida se le había ido en luchar para sacarles adelante, pero no sabía ni hacer una o con un canuto. Eso no significaba que nadie la engañara. A los chicos les mandó a la escuela del pueblo, mientras pudo, para que aprendieran a leer y las cuatro reglas. Luego, cuando fueron grandecitos los tuvo que llevar con ella al campo. Todos los brazos eran pocos para trabajar, aún cuando de ninguna manera podrían con ello remontar su pobreza.

El maestro de la escuela del pueblo tenía fama de violento. Era un militar de posguerra venido de Ceuta. Al hijo de su amiga Rosa le daba unas palizas tremendas. Cuando la asustada madre vino a dar con él, salió trasquilada si venía por lana. Entre insultos e improperios la sacó de allí violentamente.

-¡Quítese de mi vista, o de una patada le saco al que lleva en la barriga! -dijo el milico impostor de maestro- Al parecer estaba en aquel pueblo perdido de la mano de dios, como castigo por alguna barrabasada que llegara a cometer en Tenerife, destino preciado que no abandonó por su gusto. Allí despachaba justicia en la unitaria del pueblo, agrediendo a diestro y siniestro a los chicos de la escuela -por lo que ocurría dentro y por lo que pasaba fuera- con sus propios hijos y hasta con su señora esposa, mujer temerosa, obligada a aquel exilio muy a su pesar.

Por todo ello Natalia intentó no ponerle a sus propios hijos a tiro, pues el energúmeno debía pensar que aquellos hijos sin padre, que habitaban en las cuevas del Castillo, no merecían consideración alguna en el trato. Manolito no le conoció, pues para cuando él estaba en edad escolar, la señorita Araceli cubría la plaza del violento, posiblemente ya jubilado, o quizá muerto ahogado en su propia bilis. Años más tarde aún se le recordaba por aquellos lares por su crueldad paternalista, como buen maltratador.

Siete hijos, se dice fácil... siete hijos de seis padres tuvo Natalia. Todos registrados en el Ayuntamiento, para que al menos supieran su fecha de nacimiento. Que no les pasara lo que le ocurría a ella, que nunca supo que día nació, ni siquiera el año exacto, ya que su madre lo dejó pasar y la anotó allá que pudo y hubo de ir hasta el pueblo por algún otro asunto. Así que en los papeles ella era varios años más joven.

Cerca de su cueva, a unos minutos de camino, vivía Pancha. Allí paraba a veces a tomar un café y hablar un rato con ella. No tenía otra familia. Pancha la sacaba de algún apuro y siempre que podía le daba trabajo. Nunca hablaron de cuanto se querían. Las palabras sobraban entre ellas. Se tenían una lealtad absoluta y un respeto sin límites. Cuando algo la apabullaba de verdad, Natalia iba a pedir consejo su amiga. Llegaba silenciosamente y se sentaba en el patio, mientras se colaba el café ella contaba lo que venía a ocuparla en ese momento.

Pancha tenía un hombre en su casa -su marido-. Tener un hombre era entonces tan importante como ahora. Natalia había tenido varios hombres en su vida. Estuvieron por un tiempo más o menos breve, según las circunstancias. Pero ninguno de ellos optó por quedarse. Incluso, alguna de las familias de éstos, alarmada, llegó a fletarle rumbo a Venezuela, lejos de la isla y sobre todo de Natalia. No solo no se quedaron, y para ello estaban en su legítimo derecho, sino que la dejaron con sus hijos eludiendo su responsabilidad. No tuvo ayuda de ninguno de ellos, ni tan siquiera el debido reconocimiento por llevar en solitario el trabajo de ambos. Tampoco este respeto lo obtuvo de la gente del pueblo, más ocupada en juzgar que en valorar.

Digamos que tampoco eso le quitaba el sueño. Ella sabía bien quién era el padre de cada uno y así se los hizo saber a sus hijos, no fueran a creer que no tenían orígenes.

Por lo demás, sabía hacer de casi todo. La puerta de la cueva la hizo con sus propias manos, bastaron una tablas de cajón que su hijo Tomás trajo un día. Ningún trabajo se le resistía por duro que fuera. Su cuerpo menudo no reflejaba su fuerza.

Natalia no sabía de letras, no le quedaba tiempo para ello. Sin embargo, siempre supo que su pequeño Manuel era ciego pero inteligente. No es que le quisiera ni más ni menos que a los otros. Pero le veía más desvalido, así que intentó llevarle a algún colegio pensando en el futuro. Había oído hablar de centros para ciegos donde los niños leían con los dedos

El niño quedaba en la cueva mientras todos salían a trabajar, con la promesa de no moverse de allí, pero él -digno hijo de su madre- no iba a conformarse con permanecer pasivo sin saber qué podía haber más allá del territorio conocido. Y se movía a rastras. Sentado, poco a poco, aunque desgarrara sus únicos pantalones que luego Pancha remendaría enfadada. -Este niño un día nos va a dar un buen susto- exclamaba resignada.

Manolito recorría los alrededores de la cueva y cada vez ampliaba un poco más sus fronteras. Hacía montoncitos de hierba para los conejos, que luego perdía y debía volver a empezar a juntar de nuevo. Pero respiraba aire, se construía su mundo, escuchaba el rumor del viento y el canto de las grajas. Luego volvía a la cueva donde, a buen recaudo, Natalia le había dejado el agua y la comida.

Un día brincaba, loco de contento, escuchando el eco de sus saltos. Dos buenas nalgadas le pararon en seco. Era la primera vez que su madre le pegaba. Así por sorpresa y sin que fuera la hora, volvió a casa. El niño saltaba sobre unas tablas podridas debajo de las cuales había un aljibe. La madre casi se muere del susto. Si llega a pasarle algo al niño, no le iba a alcanzar la vida entera para llorarle.

En una ocasión debió hacer un largo recorrido hasta el pueblo vecino, caminando por senderos y veredas durante varias horas por un requerimiento del médico, para terminar diciéndole de muy malos modos:

-Señora, ¿no ve usted que este chico es ciego y que no tiene solución?

Ella, ni palabra... no dijo nada, ante ese señor importante nada tenía que decir. Recorrió el camino de vuelta con sensación de amarga derrota, pero con la idea clara de que a cualquier precio buscaría una salida.

El siguiente viaje largo que hizo con su hijo de la mano fue para visitar al representante del gobernador. Se sentaron a la puerta, y ni forma de que les recibiera. Pero de allí no se movió hasta que un subalterno compadecido, les hizo pasar donde el secretario. Éste, tomó nota de la demanda. "Que el chico vaya a Sevilla, donde dicen que hay un colegio para ciegos" -esa era su petición firme-.

Lo que sacó en claro de esa visita fue la vaga promesa de que se estudiaría el caso. Con lo que no contaban ellos era con su tenacidad. Hizo varias sentadas más en aquel vestíbulo, lleno de majestuosos cuadros, hasta que alguien, conmovido le resolvió el problema: el niño, por fin, viajaría a Sevilla.

-Hijo, no te preocupes, desde que pueda iré a verte. Voy a pagarme el pasaje limpiando el barco. Tú, me esperas y te portas bien. Estudia mucho. -Le despidió un día con estas palabras y le encomendó a don Pedro, quien iba a Sevilla con su propio hijo al mismo colegio-

La siguiente vez que en el pueblo se habló de Natalia fue para criticarla de nuevo, esta vez para juzgar la manera en que había desembarazado del hijo, sin importarle hacia donde le mandaba.

Solo ella supo lo duro que había sido. No sabía cómo se iba a adaptar, le echaba de menos. Sentada en la puerta de la cueva lloró más de una vez al llegar y no encontrarle. ¿Quién podía tener derecho a opinar sobre su vida si sola se las había arreglado siempre? Las interminables dudas de si estaría bien cuidado, si podría adaptarse a lidiar con gente desconocida... confiaba en su criterio, pero siempre le quedó una sombra de inquietud, típica de su rol de madre.

-Que no te preocupes mujer, que el chico estará bien, aquí no le quedaba más salida que vivir de la caridad de los hermanos el día que tu faltes -le decía Pancha con intención animarla.

Cuando Manolito llegó al colegio no tenía una noción clara del tiempo que le llevaría estar allí. No tenía idea de las distancias, del tiempo en que tardaría en volver, ni tampoco de que aquella casa dejaba de ser su casa. Tomó conciencia de que estaba lejos y solo, cuando perdió la cuenta de los días que habían transcurrido desde que saliera de la cueva y de su isla.

Aquella Navidad, en la que aún andaba medio desubicado, escuchó en la capilla del colegio sermones y misas de sacerdotes enfebrecidos que pretendían demostrar la originaria pobreza de la Iglesia.

-Jesús nació en una cueva ¿quién de vosotros puede decir lo mismo? ¿Alguno de vosotros ha nacido en una cueva?- el cura desafiante mira al auditorio y la mano del niño que se levanta.

Rápidamente, reconduce la situación, ante la sorpresiva intervención de aquel chico que ignoraba que a él las respuestas no le interesaban en absoluto.

-Sí, aquel dice que nació en una cueva, pero no entre una mula y un buey, ni huyendo de Herodes, ni le fueron a aclamar los pastores, ni tampoco había una estrella que indicaba la buena nueva -. Ahora el predicador exultante de gloria con su propio alegato dejaba claro que dios nació pobre y que él era su portavoz autorizado.

Manuel extrañaba a Natalia, pero pensaba que estaría resolviendo lo del pasaje limpiando el barco, y se aferró a esa esperanza, pues ella siempre cumplía sus promesas. Recordaba su barranco y su cueva, los gatos rondándole, también el paquete de galletas que una vez dejaron los Reyes Magos escondido entre unas piedras, los olores del campo que transportaba el aire... pero en Sevilla aprendió rápido a leer, a sumar, a multiplicar. En poco tiempo se volvió un ávido lector y un estudiante aventajado.

Volvería a Garafía al verano siguiente. La madre no cabía en sí de orgullo al oírle leer. Allá que supo que el obispo estaba en el pueblo confirmando a la gente, cogió el niño y su libro de las Sagradas Escrituras y entró por el centro mismo de la iglesia, saltándose todas las normas, pues la ocasión se justificaba.

-Señor obispo, escuche a mi hijo ciego leer - Todos quedaron pasmados, sin posibilidad de respuesta, y Manolito comenzó a leer velozmente con sus dedos.

El merecido aplauso para Natalia no llegó, ni siquiera una felicitación mínima. La misa siguió como si allí no hubiera pasado nada relevante, pero desde entonces la rumorología del pueblo la dejó en paz.

Ella siguió viviendo en la cueva hasta el final de sus días. Desde allí salió para ir al hospital. La muerte le sobrevino cuando aún era una mujer madura de cincuenta y cinco años. Su cuerpo cansado no podía más. Se rindió, y eso lo supo el día en que tiró para afuera de la puerta de tablas, le encomendó a Pancha las cabras, y se subió a la yegua del marido de su amiga, que la llevaría al médico. En ese momento tiró la toalla.

En el colegio no sabían cómo dar la noticia a Manolo, así que durante dos semanas, comenzaban las oraciones del día pidiendo por El Caudillo, los gobernantes y también por la resentida salud de la madre de Manuel Santana.

Al cabo de las semanas, el director le llamó a su despacho y le dio por fin la mala noticia: su madre estaba gravemente enferma. A la mañana siguiente, después de las peticiones de rigor la oración por la madre de Manuel fue con la coletilla: "Que en este momento está en el cielo". Así que explicado de esa forma, no le dieron la oportunidad de llorarla entonces, ni de elaborar su duelo, ni siquiera de compartir en algún hombro su pena. Obligado a reprimir su llanto, se aferraba a sus recuerdos, lo que no dejaba de desatarle más dolor. El niño contaba entonces con trece años y la última imagen de su madre la situaba al pie del barco mientras le despedía. Ya entonces su salud estaba dañada y él lo percibió en su voz.

Cuando ella murió, se sintió absolutamente desamparado. Conservaba su olor. Los colores solo son palabras sin sentido para él, pero los olores, los sonidos y la piel son sus percepciones mejor conservadas. El olor de Natalia estaría para siempre mezclado con el de aire limpio y naturaleza exuberante. Sus abrazos habían sido siempre el refugio más seguro en el que guarecerse.

Tras el colegio de Sevilla vino el de Madrid, las vacaciones en casa de Pancha y más tarde la universidad y su traslado de isla. Todo con muchos esfuerzos. Pero nunca olvidó la cueva. Ésta, sepultada por la maleza como un santuario, conservó durante mucho tiempo la puerta de tablas y el fogón de la entrada con sus calderos tiznados. Aunque con el tiempo se volvió inaccesible pues la zona fue construida y por allí cerca se trazó una carretera. Apareció por fin su legítimo dueño y registró la propiedad, de esta forma se puso fin a la discusión de si Natalia y sus hijos tenían o no algún derecho sobre el huequito en la montaña. Los tataranietos de la gata Milusa, ajenos a todo, aún pululan por allí donde no faltan lagartos y ratones que llevarse a la boca.

Debieron pasar bastantes años hasta que los hermanos decidieron juntarse. Llegados de distintas islas y hasta desde otro continente. Antonio, con acento venezolano –que es muy parecido al palmero- escribía y leía braille, otro era un poeta anónimo que creaba décimas con una habilidad increíble, aunque solo las cantaba en alguna fiesta de pueblo con un par de rones entre pecho y espalda y de dónde más de una vez hubo de salir corriendo por faltón. Manolito ahora era profesor.

Intercambiaron fotos y direcciones y se encaminaron a la cueva. Pero quiso el destino que no pudieran llegar, porque en la mitad del camino la furgoneta se averió. Hablaron de Natalia largo y tendido. Aceptar la muerte es más fácil al cabo del tiempo. Al final se torna en una larga despedida que no deja de vivirse como una pérdida. Trajeron recuerdos y anécdotas al presente donde todas las penurias pasadas dejaron de ser importantes. Y luego cada uno volvió a su vida, aunque ahora con la sensación de rendir un merecido homenaje a su madre, permaneciendo unidos entre sí aunque les separara la distancia. Dionisio, el segundo hijo, auguró que esta sería la última vez en que se juntaran todos, nadie quiso creerle, pero así fue.

Hace poco he visto la cueva, mejor dicho, lo poco que de ella queda. Ahora sí que está inaccesible de verdad. Un tractor la dejó guindada en lo alto, con apenas la décima parte de su bóveda. Hemos tenido una sensación de estafa. Viajar durante horas para ubicar la cueva... para encontrar en su lugar un montón de gravilla y una obra en construcción. Manolo se frotaba las manos, decepcionado, y todos hemos querido quitarle importancia. Yo... no tengo problema con eso, en realidad he visto esa cueva muchas veces, cada vez que él me la ha descrito. Aún la veo cuando me habla de ella. He visto a Natalia, a las cabras, a Pancha, a Milusa, a los conejitos... he visto ese barranco precioso que es un regalo de la naturaleza y he respirado el aire limpio lleno de olores, y lo más importante: Natalia me aportó un hermano entrañable con el que comparto mis avatares. 


viernes, 24 de mayo de 2013

Manifiesto de la Asamblea del Palomar tras el desalojo de su Centro Social

lunes, 6 de mayo de 2013

Centro social el palomar

"El movimiento okupa es un movimiento social consistente enz dar uso a
terrenos desocupados, como edificios abandonados temporal o permanentemente, con el fin de utilizarlos como tierras de cultivo, vivienda, lugar de reunión o centros con fines sociales y culturales. El principal motivo es denunciar y al mismo tiempo responder a las dificultades económicas que los activistas consideran que existen para hacer efectivo el derecho a una vivienda". (tomado de la Wikipedia).

Ayer tuve la oportunidad de visitar un Centro Cívico, popularmente podríamos llamarlo "casa ocupa". Sus habitantes nos decían que no podíamos imaginar el estado en el que había estado aquel edificio de cinco plantas, sótano y terraza hace tan sólo siete meses, tomado por las palomas que habÌan dejado allÌ todos sus residuos. Ellos lo han ido adecentando y poco a poco convirtiéndolo no sólo en un lugar donde viven más de 30 personas, si no en un espacio en el que ofrecer alternativas y recursos al resto del barrio.

Tan sólo a tres o cuatro calles del paseo donde abundan hoteles y apartamentos donde los turistas se dejan su dinero a cambio de buena temperatura y sol, un grupo de personas tratan de organizarse para vivir bajo un techo y poder ofrecer una oportunidad a alguien que lo necesita. Tienen 15 camas para estancias temporales y posibilidad de vivienda para familias que se hayan quedado sin ella. Consiguen la electricidad pero no tienen agua, afortunadamente el mar y la playa están muy cerca.

Tenían un día de puertas abiertas, quieren que en el barrio les conozcan y sepan que ofrecen oportunidades a personas que no las tienen y posibilidades a todos. Su poder de convocatoria se confirmó cuando llegaron a congregar en la calle unas 150 personas, fue entonces cuando llegó la policía para decirles que no tenían autorización para hacer espectáculos en la calle. Les sugirieron que entrasen todos dentro y no les molestarían más.

Entusiastas nos enseñaron sus logros: la tienda (con la ropa en sus perchas bien colocadita, artículos para bebés, pero por supuesto gratis), de hecho nos dijeron que si conocíamos a alguien que necesitase algo se podía pasar por allí, el aula (donde dan clase de inglés, español, etc.), el taller con sus herramientas, un salón con alfombras que utilizan para hacer yoga, bailes, etc. y hasta un estudio de grabación que tienen proyectado.

Allí les dejamos en el sótano, con su escenario y todo, donde estaba previsto un concierto de cumbia, teatro, malabares, etc., manifestación de la variedad y mezcla de culturas que allí reina. Mucho para haberlo conseguido en tan sólo seis meses. Esperemos que tengan tiempo para seguir construyendo, aportando y contribuyendo a que el mundo sea un poquito mejor y más vivible para todos. Al menos con su proyecto llevan la contraria e los que dicen que nada se puede hacer, palabras que sólo sirven para justificar actitudes individualistas y conformistas, a veces simplemente es mirar a nuestro alrededor y darnos cuenta que hay algo más detrás de la frontera que nos hemos hecho para preservar nuestro pequeño y personal universo.

domingo, 28 de abril de 2013

Grupo de mujeres para el intercambio de experiencias sobre la lectura del libro Mujeres que Corren con los Lobos

Desde hace ya tiempo, tengo la idea y las ganas de crear un grupo de mujeres para poner en común reflexiones en torno al libro "Mujeres que corren con los lobos" de Clarissa Pinkola Estés. Así que he decidido que ya ha llegado el momento de llevarlo a cabo.

Si vives en las Palmas de Gran Canaria y te apetece participar de esta experiencia, ponte en contacto conmigo y te daré más detalles.

Mi idea es reunirnos el segundo sábado de cada mes a partir de las 18 horas. Elegir un cuento o capítulo para la reunión, leerlo y prepararlo cada una por su cuenta hasta el próximo encuentro.

Para ponernos en marcha he elegido el 11 de mayo para encontrarnos y empezar comentando el cuento "La mujer esqueleto" del capítulo V.

Os espero.

Mujeres que corren con los lobos


Excelente libro escrito por Clarissa Pinkola Estés. No me extraña saber que esta psicoanalista y antropóloga tardase 20 años en recopilar los cuentos, mitos y otras tradiciones orales, en definitiva sabiduría acumulada durante muchísimos años, que nos regala en su estupenda obra.

En la introducción afirma que la mujer moderna ha llegado a creer que tiene que ser todo y para todos, para lo que ha dado la espalda a la mujer salvaje que sin duda sigue escondida en su interior. El camino para descubrirla es difícil y no acaba nunca, dura toda la vida, y entre otras cosas, porque no hay objetivos concretos que alcanzar o modelos a emular, si no que cada una podemos rescatar ciertas capacidades ignoradas o habilidades minusvaloradas, que no tenemos en cuenta, y que potenciándolas llegaríamos a vivir de un modo más conforme con nosotras mismas.

Pero tras este libro, no sólo hay un trabajo concienzudo de recopilación y análísis de material para definir el arquetipo de la mujer salvaje, si no que también queda de manifiesto el conocimiento en cuanto a la práctica de la psicología clínica que su autora posee, y sobre todo la riqueza de su experiencia personal.

Pinkola Estés, convivió en su infancia y juventud en comunidades de aborígenes de Norteamérica y Sudamérica y en relación también con personas procedentes de centroeuropa. Del contacto con la naturaleza y las historias que escuchó en sus primeros años, extrajo no sólo los principios existenciales que trasmite en su obra, si no además una habilidad especial para narrar cuentos de hadas, mitos interculturales, etc.

nos invita a las mujeres a conocernos mejor y desde nuestras raíces más interiores rescatar cierta parte vital que tenemos domesticada, y que tiene que ver con el espíritu lúdico, lo instintivo, una aguda capacidad perceptiva y afectiva. la intuición y la creatividad son los medios imprescindibles para acceder a ella.

Es de esos libros que lees y que necesitas tener cerca. Lo guardas y de vez en cuando vuelves a él. Que gusta para subrayar, tomar notas, pensar y hacer propósitos. Invita a la revisión y la reflexión. Pero sobre todo lo que más me gusta es que su lectura reconforta, te conecta con la esperanza, la belleza, la solidaridad, etc.

Al principio y en determinadas partes puede resultar un poco difícil. Pero después iempre se te ocurre alguna persona a la que se lo puedes regalar. Es un libro para compartir y sobre todo para vivir.

Es cierto que un texto ni te resuelve la vida, ni encontrarás en el las claves fundamentales para nuestra existencia, pero sugiere, inspira, y a través de la seducción te hace ver la realidad de otro modo, más ampliada según lo que cada cual lleva dentro


La Loba


(Mujeres que corren con los lobos, capítulo I).

Hay una vieja que vive en un escondrijo del alma que todos conocen pero muy pocos han visto. Como en los cuentos de hadas de la Europa del este, la vieja espera que los que se han extraviado, los caminantes y los buscadores acudan a verla.

Es circunspecta, a menudo peluda y siempre gorda, y, por encima de todo, desea evitar cualquier clase de compañía. Cacarea como las gallinas, canta como las aves y por regla general emite más sonidos animales que humanos.

Podría decir que vive entre las desgastadas laderas de granito del territorio indio de Tarahumara. O que está enterrada en las afueras de Phoenix en las inmediaciones de un pozo. Quizá la podríamos ver viajando al sur hacia Monte Albán 3 en un viejo cacharro con el cristal trasero roto por un disparo. O esperando al borde de la autovía cerca de El Paso o desplazándose con unos camioneros a Morella, México, o dirigiéndose al mercado de Oaxaca, cargada con unos haces de leña integrados por ramas de extrañas formas. Se la conoce con distintos nombres: La Huesera, La Trapera y La Loba.

La única tarea de La Loba consiste en recoger huesos. Recoge y conserva sobre todo lo que corre peligro de perderse. Su cueva está llena de huesos de todas las criaturas del desierto: venados, serpientes de cascabel, cuervos. Pero su especialidad son los lobos.

Se arrastra, trepa y recorre las montañas y los arroyos en busca de huesos de lobo y, cuando ha juntado un esqueleto entero, cuando el último hueso está en su sitio y tiene ante sus ojos la hermosa escultura blanca de la criatura, se sienta junto al fuego y piensa qué canción va a cantar.

Cuando ya lo ha decidido, se sitúa al lado de la criatura, levanta los brazos sobre ella y se pone a cantar. Entonces los huesos de las costillas y los huesos de las patas del lobo se cubren de carne y a la criatura le crece el pelo. La Loba canta un poco más y la criatura cobra vida y su fuerte y peluda cola se curva hacia arriba.

La Loba sigue cantando y la criatura lobuna empieza a respirar.

La Loba canta con tal intensidad que el suelo del desierto se estremece y, mientras ella canta, el lobo abre los ojos, pega un brinco y escapa corriendo cañón abajo.

En algún momento de su carrera, debido a la velocidad o a su chapoteo en el agua del arroyo que está cruzando, a un rayo de sol o a un rayo de luna que le ilumina directamente el costado, el lobo se transforma de repente en una mujer que corre libremente hacia el horizonte, riéndose a carcajadas.

Recuerda que, si te adentras en el desierto y está a punto de ponerse el sol y quizá te has extraviado un poquito y te sientes cansada, estás de suerte, pues bien pudiera ser que le cayeras en gracia a La Loba y ella te enseñara una cosa... una cosa del alma.


La Mujer Salvaje

"Fragmento del libro Mujeres que corren con los lobos". de Clarissa Pinkola Estés.

¿qué es la Mujer Salvaje? Desde el punto de vista de la psicología arquetípica y también de las antiguas tradiciones, ella es el alma femenina. Pero es algo más; es el origen de lo femenino. Es todo lo que pertenece al instinto, a los mundos visibles y ocultos... es la base. Todas recibimos de ella una resplandeciente célula que contiene todos los instintos y los saberes necesarios para nuestras vidas.

"... Es la fuerza Vida/Muerte/Vida, es la incubadora. Es la intuición, es la visionaria, la que sabe escuchar, es el corazón leal. Anima a los seres humanos a ser multilingües; a hablar con fluidez los idiomas de los sueños, la pasión y la poesía. Habla en susurros desde los sueños nocturnos, deja en el territorio del alma de una mujer un áspero pelaje y unas huellas llenas de barro. Y ello hace que las mujeres ansíen encontrarla, liberarla y amarla.

"Es todo un conjunto de ideas, sentimientos, impulsos y recuerdos. Ha estado perdida y medio olvidada durante muchísimo tiempo. Es la fuente, la luz, la noche, la oscuridad, el amanecer. Es el olor del buen barro y la pata trasera de la raposa. Los pájaros que nos cuentan los secretos
le pertenecen. Es la voz que dice: "Por aquí, por aquí."

"Es la que protesta a voces contra la injusticia. Es la que gira como una inmensa rueda. Es la hacedora de ciclos. Es aquella por cuya búsqueda dejamos nuestro hogar. Es el hogar al que regresamos. Es la lodosa raíz de todas las mujeres. Es todas las cosas que nos inducen a seguir adelante cuando pensamos que estamos acabadas. Es la incubadora de las pequeñas ideas sin pulir y de los pactos. Es la mente que nos piensa; nosotras somos los pensamientos que
ella piensa.

"¿Dónde está? ¿Dónde la sientes, dónde la encuentras? Camina por los desiertos, los bosques, los océanos, las ciudades, los barrios y los castillos. Vive entre las reinas y las campesinas, en la habitación de la casa de huéspedes, en la fábrica, en la cárcel, en las montañas de la soledad. Vive en el gueto, en la universidad y en las calles. Nos deja sus huellas para que pongamos los pies en ellas. Deja huellas dondequiera que haya una mujer que es tierra fértil.

"¿Dónde vive? En el fondo del pozo, en las fuentes, en el éter anterior al tiempo. Vive en la lágrima y en el océano, en la savia de los árboles. Pertenece al futuro y al principio del tiempo. Vive en el pasado y nosotras la llamamos. Está en el presente y se sienta a nuestra mesa, está detrás de nosotras cuando hacemos cola y conduce por delante de nosotras en la carretera. Está en el futuro y retrocede en el tiempo para encontrarnos.

"Vive en el verdor que asoma a través de la nieve, vive en los crujientes tallos del moribundo maíz de otoño, vive donde vienen los muertos a por un beso y en el lugar al que los vivos envían sus oraciones. Vive en donde se crea el lenguaje. Vive en la poesía, la percusión y el canto. Vive en las negras y en las apoyaturas y también en una cantata, en una sextina y en el blues. Es el momento que precede al estallido de la inspiración. Vive en un lejano
lugar que se abre paso hasta nuestro mundo.

"La gente podría pedir una demostración o una prueba de su existencia. Pero lo que pide esencialmente es una prueba de la existencia de la psique. Y, puesto que nosotras somos la psique, también somos la prueba. Todas y cada una de nosotras somos la prueba no sólo de la existencia de la Mujer Salvaje sino también de su condición en la comunidad. Nosotras somos la prueba de este inefable numen femenino. Nuestra existencia es paralela a la suya.

"Las experiencias que nosotras tenemos de ella, dentro y fuera, son las pruebas. Nuestros miles de millones de encuentros intrapsíquicos con ella a través de nuestros sueños nocturnos y nuestros pensamientos diurnos, a través de nuestros anhelos y nuestras inspiraciones, nos lo demuestran. El hecho de que nos sintamos desoladas en su ausencia y que la echemos de menos y anhelemos su presencia cuando estamos separadas de ella es una manifestación de que ella ha pasado por aquí...".

..................

Hace ya unos años creé un grupo de intercambio de experiencias sobre la búsqueda de la mujer salvaje, partiendo de la lectura y la interpretación del libro Mujeres que
Corren con Lobos de Clarissa Pinkola Estés.

Si quieres formar parte de él, envía un mensaje a:


Para más información, visita: