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lunes, 19 de julio de 2010

Desde Palas de Rei

Hemos finalizado la cuarta etapa y ya llevamos más de la mitad de los kilómetros que tenemos que recorrer hasta llegar a Santiago.

Ayer no escribí en el blog, fue la jornada más dura hasta ahora, no sólo por el recorrido sino porque el sol nos castigó con rigor, así que entre el cansancio y lo poco que había dormido la noche anterior, decidí irme a la cama incluso sin cenar. Así que hoy tengo peripecias de dos etapas por contar, aunque como dentro de un rato tengo que ir a la reunión de todos los días, no sé hasta donde llegaré.


Abandonamos Sarria por la calle donde hay un montón de albergues. Sarria es la localidad elegida por muchos peregrinos para comenzar la expedición, desde allí quedan 112 a Santiago, son 100 los que se necesitan para conseguir la compostelana si se va a pie, 150 si se hace en caballo y 200 en bicicleta.

Atravesamos por una pasarela de madera, muy próxima a la vía del tren, ascendimos por una rampa nada desdeñable, aunque a esas horas todavía estábamos frescos, y nos internamos en una zona boscosa impresionante, con grandes árboles, la niebla daba a la zona un aspecto mágico y misterioso, sin duda meigas nos espiaban desde el interior de aquella masa boscosa. Después pasamos entre maizales y campos de trigo, hasta llegar a Vilei. Allí paramos a poner un sello más en nuestra credencial y a tomar un respiro. Juanjo, el conductor de la furgoneta aprovechó para mostrarnos algunas de sus artes, tocó unas piezas en la dulzaina y representó magníficamente una historieta muy graciosa.

Unos kilómetros después vino uno de los peores momentos de la etapa, tuvimos que ir por la carretera, el asfalto cansa mucho los pies y el sol estaba ya en todo su esplendor. Se nos ocurrió amenizarnos la marcha cantando y lo cierto es que lo hizo más llevadero, pero cuando ya nos internamos en otra pista y hubo que empezar a subir no sólo se apagaron los cánticos si no que nadie se atrevía a decir una palabra. Llegamos al sitio de la comida desfallecidos y con la ropa empapada. Después de comer cuando me levanté de allí, pensé que no sería capaz de dar un paso más.

De nuevo el bosque vino en nuestro auxilio, pisar la tierra blanda, disfrutar de algunas sombras y escuchar los pájaros nos permitió relajarnos un poco y recuperar algunas fuerzas, aunque no muchas.

La llegada a Portomarín es muy original, hay que atravesar el Miño por un puente de unos 300 metros, pasar por la puerta de entrada a la ciudad y subir una rampa.


El albergue Ferramenteiro nos ofrecería grandes sorpresas. En Triacastela ya estuvimos en un albergue pero la habitación más grande era de diez camas, éste sólo tenía una habitación con capacidad para albergar 150 almas, con sus correspondientes cuerpos, claro. Una experiencia realmente única.

El albergue tenía sus normas desde las 11 de la noche hasta las 7 de la mañana había que guardar silencio. Así nos lo recordó la dueña, que a las 12 de la noche se presentó allí para decirnos que el que no estuviese dispuesto a cumplir las normas, podía o mejor debía, irse a la calle. Un rato antes unos cuantos habían estado deliberando con no pocas risas que hacer con un roncador.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me alegra saber que proseguís el camino con pie firme e ilusiones intactas, el apoyo de un buen bordón y la sombra de un viejo sombrero de paja, apreciando el sabor de cada instante, paso a paso... Un abrazo
Antonio.

jararroja dijo...

me alegra encontrarte de nuevo, ayer te eché de menos y pensé que la cosa se te estaba haciendo muy dura para no escribir ¡no te olvides de nosotras!